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Tuesday, January 24, 2006

Comércio livre

La bendición del libre comercio (Porfirio Cristaldo Ayala)

En pleno siglo XXI parecería absurdo pensar que ningún Gobierno en parte alguna se podría oponer a la liberalización del comercio, política que derramó el cuerno de la abundancia sobre miles de millones de personas. No es sólo que la ciencia económica haya demostrado su eficacia desde hace más de 200 años, sino que en las últimas dos décadas el libre comercio ha reducido la pobreza global a menos de la mitad y todos los economistas reconocen sus beneficios. No obstante, pocos gobiernos aprueban la liberalización del comercio agrícola.

Los gobiernos de los países más ricos y libres, como EEUU, Francia, Alemania, Japón, y hasta los de los más pobres y reprimidos, como Haití, Venezuela, Paraguay y Zimbabue, sin importar sus ideologías o sofisticación, mantienen subsidios y mercados agrícolas protegidos con altos aranceles, todo ello no muy diferente al proteccionismo de la época del Rey Sol.

El oscurantismo prevaleciente se evidencia en la pugna global por los subsidios agrícolas. La decisión de atrasar la eliminación de los subsidios hasta 2013, adoptada en la reunión que la Organización Mundial del Comercio (OMC) ha celebrado en Hong Kong –reunión que se esperaba podría reducir drásticamente la pobreza en el planeta–, confirmó una vez más que ni los países ricos ni los pobres tienen interés en erradicar la miseria que todavía afecta a gran parte de la humanidad, especialmente si para ello deben abrir sus mercados agrícolas.

La Unión Europea, EEUU y Japón tienen mercados muy abiertos, excepto en la agricultura. Los países ricos (OCDE) gastan todos los años 279.000 millones de dólares en subsidios agrícolas y aranceles proteccionistas. A la UE le corresponde el 48% de dicho gasto, a Japón el 18%, a EEUU el 17% y a Corea el 7%. Estos países, sin embargo, tienen mucho que ganar eliminando los subsidios y el proteccionismo en la agricultura.

Los consumidores de los países ricos no sólo financian con sus impuestos el subsidio agrícola, sino que, a causa del proteccionismo, pagan más caros esos productos. De liberarse el comercio agrícola, los europeos pagarían un 40% menos por los alimentos que consumen, los japoneses un 21% y los norteamericanos un 10%. El Banco Mundial estima que la eliminación de subsidios y tarifas agrícolas traería beneficios de 65.000 millones de dólares a la UE, de 55.000 a Japón y de 20.000 a EE. UU.

Pero el daño que causan los países ricos a los países en desarrollo con el proteccionismo agrícola es mayor debido a que restringen la importación y deprimen el precio del arroz, el azúcar, el algodón, el maíz, etcétera, con lo que afectan a millones de agricultores pobres. Esta locura ha desatado una cruzada entre los gobiernos populistas de naciones pobres, que exigen a los países ricos que eliminen los subsidios agrícolas como condición inapelable para que ellos liberalicen su comercio.

Craso error. Los países en desarrollo necesitan tanto de la eliminación de los subsidios en los países ricos como de la eliminación de sus propias barreras y aranceles, incluso más. Se ha estimado que la liberalización global del comercio agrícola traerá un beneficio de 142.000 millones de dólares para los países pobres, de los cuales sólo el 22% surgirá de la eliminación de subsidios y aranceles de países ricos, en tanto que el 78% de los beneficios resultará de la supresión de sus propias barreras comerciales.

A los países en desarrollo les perjudica el proteccionismo de los países desarrollados, pero sus propias barreras comerciales les perjudican aun más. Los países pobres son mucho más proteccionistas que los ricos, sus aranceles agrícolas promedio son cuatro veces más altos que los de EEUU. De hecho, la mayoría de estos países son pobres porque sus gobiernos se resisten a liberalizar su comercio. Por eso, aun si los países ricos no liberalizan sus mercados, los pobres deben hacerlo.

Los países prósperos, y Hong Kong es un ejemplo, se desarrollaron promoviendo la libertad económica y el libre comercio independientemente del proteccionismo de otras naciones. Los pobres deben, pues, abrirse al libre comercio bajando sus aranceles y derribando barreras; no a cambio de la reciprocidad de los países ricos, sino para favorecer su propio desarrollo.

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